¿Cómo logró Ozzy Osbourne llegar a los 76 años cuando desayunaba cocaína con whisky? ¿Fue un mutante?

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La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes publicó una nota sobre el fallecido y emblemático cantante de Heavy Metal Ozzy Osbourne, donde buscó entender cómo funcionó su cuerpo ante una pulsión politóxica donde los excesos formaron parte de su vida. ¿Fue Ozzy un mutante?

La periodista científica María Ximena Pérez es la responsable de una publicación que llama la atención, a horas del fallecimiento de Ozzy Osbourne se ocupó de su cuerpo y su resistencia a drogas duras y alcohol.

Les dejamos aquí la nota completa y recomendamos recorrerla en toda su extensión:

Alteraciones en el ADN, adicciones y resistencia sobrehumana: su cuerpo fue un laboratorio viviente que burló la ciencia durante 76 años. Esta es la autopsia científica del mito que desafió a la biología.

El 22 de julio de 2025, la noticia sacudió las redes como un riff eléctrico: Ozzy Osbourne había muerto. Esta vez, de verdad. No fue una sobredosis, ni una caída de escenario, ni un murciélago infectado. No hubo gritos. Ni siquiera un trueno. Solo un cuerpo agotado que, al final, decidió rendirse después de 76 años desafiando la lógica biológica y estadística. ¿Cómo logró llegar tan lejos alguien que desayunaba cocaína, almorzaba whisky y cenaba pastillas como si fueran tic tacs? La respuesta está escrita en el lugar más íntimo y menos poético que existe: su genoma.

La ciencia miró su sangre como si fuera un manuscrito prohibido. En 2010, mientras todavía lanzaba discos, protagonizaba realities y tomaba 25 Vicodins al día, un grupo de científicos de la empresa Knome Inc. decidió secuenciar el ADN de Ozzy Osbourne. No se trataba de un simple experimento: querían saber por qué seguía vivo.

Lo que los científicos encontraron en su ADN no era normal. Era mutante. Como si su cuerpo hubiera sido diseñado por los guionistas de los X-Men, pero con una sola misión: sobrevivir a décadas de excesos. Tenía una mutación única en el gen ADH4, que fabrica una enzima que ayuda al cuerpo a descomponer el alcohol. Mientras a la mayoría de los humanos les basta una copa para marearse, el hígado de Ozzy funcionaba como una trituradora industrial de vodka. Literalmente parecía preparado para aguantar un apocalipsis etílico.

Pero había más:

  • Una predisposición genética a engancharse con casi todo: alcohol, cocaína, marihuana, opiáceos… Su mapa genético parecía un catálogo de tentaciones peligrosas.
  • Una tolerancia tan alta a las drogas que su sistema nervioso parecía programado para resistirlas como si fuera un robot de laboratorio. Su sistema nervioso parecía haber evolucionado para resistir sustancias con eficiencia clínica.
  • Riesgo elevado de alucinaciones: especialmente bajo el efecto del THC, que no impidió que siguiera consumiendo.
Ozzy fue una especie rara de la ciencia moderna. Un sobreviviente con superpoderes bioquímicos. Un tipo que, de algún modo, hackeó su biología para seguir vivo. Crédito: MXP.
Ozzy fue una especie rara de la ciencia moderna. Un sobreviviente con superpoderes bioquímicos. Un tipo que, de algún modo, hackeó su biología para seguir vivo. Crédito: MXP.

El ruido interior que no lo dejaba dormir

Nacido en 1948 en Birmingham, Inglaterra, Osbourne creció en una casa sin baño, con una infancia en blanco y negro. Su padre trabajaba en una metalúrgica; su madre, en una ensambladora de autos. Antes de descubrir a los Beatles, ya había intentado robar un televisor y pasado por prisión. No era un chico problemático: era un chico sin instrucciones.

A los 21 fundó Black Sabbath, inventando el heavy metal. Lo oscuro se volvió género. Lo siniestro, estética. Y la autodestrucción, estilo de vida. No hubo backstage sin whisky, ni gira sin cocaína. Comió murciélagos, orinó monumentos, fue echado de su banda, volvió, y se dejó filmar durante años en un reality donde no podía ni atarse los cordones. Pero no murió. Y eso, sinceramente, fue un misterio.

Cuando secuenciaron su genoma, es decir, leyeron  su “manual de instrucciones biológicas”, lo que encontraron no fue una receta común. Era más bien un cóctel explosivo con ingredientes únicos. Algunas piezas de su cerebro estaban rotas de fábrica, pero otras estaban modificadas como si alguien hubiera hackeado el sistema nervioso central.

Uno de esos genes raros es el GABRG3, que afecta al GABA, un neurotransmisor que calma el cerebro. Cuando el GABA no funciona bien, el cerebro entra en modo tormenta. Muchos como Ozzy no toman para emborracharse: toman para bajar el volumen. Para silenciar los gritos que vienen de adentro.

Después está el FAAH, conocido como el “gen de la felicidad”. Produce anandamida, una sustancia que genera placer natural. Pero en Ozzy ese gen estaba mutado. Su cuerpo no generaba suficiente felicidad por sí solo. Por eso necesitaba estímulos más extremos: más drogas, más ruido, más caos.

Y hay uno más: Beta-Klotho, el “gen del freno”. El 40 por ciento de las personas lo tienen en versión mutada que les ayuda a decir “basta” con el alcohol. Ozzy no lo tenía. Nunca supo cuándo parar.

La ciencia detrás del mito: mutaciones genéticas, metabolismo turbo y una vida de excesos que el cuerpo de Ozzy Osbourne logró resistir como si desafiara las leyes de la biología humana. Crédito: María Ximena Pérez.

Un cuerpo hecho para aguantar lo imposible

Con todos esos genes “defectuosos”, cualquiera habría colapsado. Pero Ozzy no. Fue diagnosticado de Parkinson, sí. Pero hasta esa enfermedad se movía lento en su cuerpo. Como si no se animara a enfrentarlo. Sus órganos estaban golpeados, pero no caían. Era un guerrero mutante que no sabía cuándo rendirse.

Muchos adictos mueren sin entender por qué. Pero Ozzy vivió lo suficiente como para que su historia se convierta en ciencia. Donó su ADN y dejó un mapa biológico que hoy ayuda a entender cómo se combinan genética, decisiones y entorno en las adicciones.

Con todo, su caso funciona como un espejo raro: ¿qué pasa cuando se nace con un cerebro predispuesto a romperse y un entorno que empuja al límite? La respuesta fue su vida: caos, música, adicción… y resistencia. Pero por cada Ozzy que sobrevive, hay millones que no. Por eso su legado más valioso no está en los discos, ni en los escándalos, ni en los reality shows. Está en su ADN.

Murió Ozzy, pero su ADN sigue hablando. Fue el único rockstar cuyo genoma se leyó como una enciclopedia del exceso y la supervivencia. Créditos: Grok.

El 22 de julio de 2025, la noticia sacudió las redes como un riff eléctrico: Ozzy Osbourne había muerto. Esta vez, de verdad. No fue una sobredosis, ni una caída de escenario, ni un murciélago infectado. No hubo gritos. Ni siquiera un trueno. Solo un cuerpo agotado que, al final, decidió rendirse después de 76 años desafiando la lógica biológica y estadística. ¿Cómo logró llegar tan lejos alguien que desayunaba cocaína, almorzaba whisky y cenaba pastillas como si fueran tic tacs? La respuesta está escrita en el lugar más íntimo y menos poético que existe: su genoma.

La ciencia miró su sangre como si fuera un manuscrito prohibido. En 2010, mientras todavía lanzaba discos, protagonizaba realities y tomaba 25 Vicodins al día, un grupo de científicos de la empresa Knome Inc. decidió secuenciar el ADN de Ozzy Osbourne. No se trataba de un simple experimento: querían saber por qué seguía vivo.

Lo que los científicos encontraron en su ADN no era normal. Era mutante. Como si su cuerpo hubiera sido diseñado por los guionistas de los X-Men, pero con una sola misión: sobrevivir a décadas de excesos. Tenía una mutación única en el gen ADH4, que fabrica una enzima que ayuda al cuerpo a descomponer el alcohol. Mientras a la mayoría de los humanos les basta una copa para marearse, el hígado de Ozzy funcionaba como una trituradora industrial de vodka. Literalmente parecía preparado para aguantar un apocalipsis etílico.

Pero había más:

  • Una predisposición genética a engancharse con casi todo: alcohol, cocaína, marihuana, opiáceos… Su mapa genético parecía un catálogo de tentaciones peligrosas.
  • Una tolerancia tan alta a las drogas que su sistema nervioso parecía programado para resistirlas como si fuera un robot de laboratorio. Su sistema nervioso parecía haber evolucionado para resistir sustancias con eficiencia clínica.
  • Riesgo elevado de alucinaciones: especialmente bajo el efecto del THC, que no impidió que siguiera consumiendo.
Ozzy fue una especie rara de la ciencia moderna. Un sobreviviente con superpoderes bioquímicos. Un tipo que, de algún modo, hackeó su biología para seguir vivo. Crédito: MXP.
Ozzy fue una especie rara de la ciencia moderna. Un sobreviviente con superpoderes bioquímicos. Un tipo que, de algún modo, hackeó su biología para seguir vivo. Crédito: MXP.

El ruido interior que no lo dejaba dormir

Nacido en 1948 en Birmingham, Inglaterra, Osbourne creció en una casa sin baño, con una infancia en blanco y negro. Su padre trabajaba en una metalúrgica; su madre, en una ensambladora de autos. Antes de descubrir a los Beatles, ya había intentado robar un televisor y pasado por prisión. No era un chico problemático: era un chico sin instrucciones.

A los 21 fundó Black Sabbath, inventando el heavy metal. Lo oscuro se volvió género. Lo siniestro, estética. Y la autodestrucción, estilo de vida. No hubo backstage sin whisky, ni gira sin cocaína. Comió murciélagos, orinó monumentos, fue echado de su banda, volvió, y se dejó filmar durante años en un reality donde no podía ni atarse los cordones. Pero no murió. Y eso, sinceramente, fue un misterio.

Cuando secuenciaron su genoma, es decir, leyeron  su “manual de instrucciones biológicas”, lo que encontraron no fue una receta común. Era más bien un cóctel explosivo con ingredientes únicos. Algunas piezas de su cerebro estaban rotas de fábrica, pero otras estaban modificadas como si alguien hubiera hackeado el sistema nervioso central.

Uno de esos genes raros es el GABRG3, que afecta al GABA, un neurotransmisor que calma el cerebro. Cuando el GABA no funciona bien, el cerebro entra en modo tormenta. Muchos como Ozzy no toman para emborracharse: toman para bajar el volumen. Para silenciar los gritos que vienen de adentro.

Después está el FAAH, conocido como el “gen de la felicidad”. Produce anandamida, una sustancia que genera placer natural. Pero en Ozzy ese gen estaba mutado. Su cuerpo no generaba suficiente felicidad por sí solo. Por eso necesitaba estímulos más extremos: más drogas, más ruido, más caos.

Y hay uno más: Beta-Klotho, el “gen del freno”. El 40 por ciento de las personas lo tienen en versión mutada que les ayuda a decir “basta” con el alcohol. Ozzy no lo tenía. Nunca supo cuándo parar.

La ciencia detrás del mito: mutaciones genéticas, metabolismo turbo y una vida de excesos que el cuerpo de Ozzy Osbourne logró resistir como si desafiara las leyes de la biología humana. Crédito: María Ximena Pérez.

Un cuerpo hecho para aguantar lo imposible

Con todos esos genes “defectuosos”, cualquiera habría colapsado. Pero Ozzy no. Fue diagnosticado de Parkinson, sí. Pero hasta esa enfermedad se movía lento en su cuerpo. Como si no se animara a enfrentarlo. Sus órganos estaban golpeados, pero no caían. Era un guerrero mutante que no sabía cuándo rendirse.

Muchos adictos mueren sin entender por qué. Pero Ozzy vivió lo suficiente como para que su historia se convierta en ciencia. Donó su ADN y dejó un mapa biológico que hoy ayuda a entender cómo se combinan genética, decisiones y entorno en las adicciones.

Con todo, su caso funciona como un espejo raro: ¿qué pasa cuando se nace con un cerebro predispuesto a romperse y un entorno que empuja al límite? La respuesta fue su vida: caos, música, adicción… y resistencia. Pero por cada Ozzy que sobrevive, hay millones que no. Por eso su legado más valioso no está en los discos, ni en los escándalos, ni en los reality shows. Está en su ADN.

Este fragmento del anime Marvel X‑Men (2011) muestra a los U‑Men, humanos que secuestran mutantes para experimentar con sus genes y explotar sus habilidades. Es un ejemplo visual potente del uso –aunque ficticio– de la genética para crear “mejoras” o control de mutaciones.

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